Primer libro de Fernando González, publicado a la edad de 21 años. Jesuitismo, atavismo e inhibiciones hacen de él un caos espiritual en su juventud. Como culminación de este primer período de búsqueda aparece
Pensamientos de un viejo en 1916, un libro distinto en el medio nacional y americano de entonces; un libro que elude intencionalmente los malabares adjetivos y los alardes de erudición, tan propios de la época centenarista; un libro sustantivo, vertido sobre los problemas de la intimidad del hombre. Don Fidel Cano es el
prologuista, muy paternal y elogioso, admirado por las extensas y variadas lecturas que descubre haber hecho el autor, pero penetrante y certero al entender a González como un «atormentado» que va «derecho a creer en algo». El mundo jesuítico fue la piedra de toque para la tarea de personalización y autenticidad que asumirá Fernando González hasta el último día de su vida. Su concepción inicial es que sólo el
Yo puede conocerse; que la realidad es dolorosa, pues la limitación humana nos impide acercarnos a ella; que la tarea de la filosofía consiste en consolarnos de nuestros límites, por la ensoñación de los mundos de la infinita posibilidad de la que nos excluyeron nuestras limitaciones, al hacernos de una forma determinada.